Un árbol

Érase un árbol al que la tierra se aferró de sus raíces. Desde su fuente aprisionado y alimentado por ese cruel cariño. Algunos milenios después, vuelto guitarra y recorrido por un amargo pulso. ¿Por qué dejan caer, por qué hacer caminar a un viejo árbol, por qué quitarle su corteza? Alguien creyó hermoso moldearle una figura monocéfala, con rasgos y expresiones. ¿Por qué no seguir siendo un árbol sabio en su silencio? ¿Qué tienen que demostrar las auroras boreales, y qué tiene que hacer el árbol rasgando esos velos de seda? No percibe su violencia involuntaria. Lo hermoso es frágil. ¿Puede un árbol llorar sin transformarse en una magra consciencia sin retorno? Una vez deshechas las raíces, por tanto caminar, el árbol es un trípode ahora, un báculo trípode amargo y monocéfalo, sobre el que descansa una guitarra que es tocada como un piano, por un saxofonista. Hay dentro de la guitarra una espina del mismo material que el lacerado trípode. Brota de la madera de este árbol desafortunado un grito de muerte cuando la guitarra endeble es rasgada por un arco, al modo en que recitan los chelos una plegaria pro extinto. Es decir, no hay audiencia. Y como, siempre, retumba al interior vacío de este instrumento ignorante, la melodía más monótona y por tanto predecible. ¿Sobre qué falsa cuerda airóica baila producto acústico, un movimiento que se cree escuchar, un ciego beso que cree palpar detalles de los rasgos de este árbol degradado. La historia de los cinco sentidos comenzó por el gusano. Este gusano, que como la raíz, estaba sofocado por la tierra. Todo fue un tacto pleno en su pequeña extensión. Luego se hicieron el gusto y el olfato un tacto lúdico enervante. Luego se tornó la vista y el oído un tacto distorsionado y vibrante en la distancia. Para este árbol horadado por miles de gusanos e instrumentos de tortura, el tiempo no es palpable.. Desligado de la tierra, el único sentido con que cuenta es solo el pulso amargo, el agua mezclada con la tierra, el aroma del llanto ingerido en la respiración terrible de la angustia. Y tan pronto comienza a evaporarse, siente que llega su hora, se siente arrebatado hacia arriba, donde la sensibilidad se le torna más desgarrada, donde, en suma, perderá toda consciencia. Nunca imaginó un árbol de sueños materiales, un árbol donde el tiempo escribió largas y lentas líneas, que llegaría esta hora. Va hacia arriba mirando cómo el sol y cómo la lluvia caen gozosos, cómo se derrama todo limpio y puro sobre la gusana tierra condensada, mientras en esa luz arriba sus últimos pensamientos se vuelven nada.